Considero detestable todo lo que simplemente nos instruye, lo que no nos vivifica, lo que no nos empuja a la acción. Ahora bien, para ser de profesión, actuario, antes, es necesario cursar los estudios universitarios de licenciatura actuarial para ganar conocimientos contables y económicos, estadísticos, financieros, matemáticos, jurídicos y tecnológicos, con el fin de resolver problemas que demanden valoraciones cuantitativas del riesgo. Muy pronto encontramos ciertas soluciones de problemas que constituyen cabalmente para nosotros, los actuarios, una creencia sólida; las llamaremos en lo sucesivo <<ciencias actuariales>>.
El aprender nos transforma, hace lo que hace todo alimento, el cual no se limita tampoco a <<mantener>>: como sabe el fisiólogo. Así, nosotros, los licenciados en actuariales, que después ejercemos la profesión, unos pocos, aprendemos a ver y a pensar, hablar y escribir. Los profesionales quieren hacernos creer a nosotros y a veces también a sí mismos que fueron ellos los que inventaron la apetencia de trabajar, cuando es justamente lo contrario, es decir, la profesionalidad fue inventada por las personas con apetencia de trabajar. Entiendo por profesionalidad el empleo del conocimiento y experiencia del actuario, con relevante capacidad y aplicación del ejercicio de nuestra actividad, al servicio del cliente. Es por ello que, nosotros, los actuarios, entendemos los problemas de nuestro sistema público de pensiones, también entendemos los Mercados de Capitales, por necesidad, para hallar la curva de tipos de interés y descontar, en nuestros cálculos, los valores futuros probables. La vida profesional de un actuario es ocuparse por anticipado, preocuparse por los problemas; construir modelos matemáticos para dar una explicación, conforme con la ciencia actuarial, que serán cotejados por la realidad particular de cada cliente, con el fin que se proponga.
Las personas son muy conscientes de que cualquier cosa que pierdan hoy les va a costar años recuperarla, si acaso la recuperan. Nuestra sociedad globalizada está configurada no en la actividad especulativa de qué es el Ser, estéril debate de 2.500 años, sino en la actividad económica. Las pérdidas y también las ganancias son el fin que hemos definido para nuestra actividad; para las primeras, evitarlas y para las segundas, conseguirlas. Hemos creado nuevos nombres y nuevas estimaciones para crear <<cosas>> nuevas. El trabajo mismo es la ganancia de las ganancias. En este paisaje, todos nuestros motivos conscientes son fenómenos de superficie: detrás de ellos está la lucha de nuestros impulsos y nuestra disposición de los ánimos; que un pensamiento sea la causa de un pensamiento no puede constatarse. La memoria reproduce lo que quiere y no lo que escogemos. De hecho, no hay nada que grabe algo de manera tan vivida en nuestra memoria como el deseo de no recordarlo. El mismo concepto de cosa es un falseamiento, una manera de arreglar la experiencia tal que resulte domeñable. La cosa surge con el intérprete. Las estimaciones de valor de cada uno se transforman junto con la atracción ejercida en cada relación, en nuestras apetencias.
Si hay necesidad de hacer de la razón un tirano, de valorar la posición empresarial con nuestra visión larga para ver sus riesgos actuariales, así mismo, los de la Administración Pública, no será nunca para combatir los instintos de nuestros clientes sino para explicarles, de modo elocuente, sin todas aquellas palabras que tengan poco lustre, carezcan de fuerza y disfruten de una estima inmerecida, sino que nosotros, los actuarios, exhumaremos palabras largo tiempo olvidadas y sacaremos a la luz bellos vocablos empleados por los antiguos, agregaremos los nuevos que el Uso actuarial y financiero haya engendrado, podaremos lo superfluo y puliremos lo demasiado áspero, todo ello, para concatenar cálculos y palabras, palabras y cálculos, para que nuestro trabajo sea creíble, que la estrategia diseñada consiga evitar pérdidas y alcance ganancias.
Nuestra relación con los clientes se halla en que estamos persuadidos a creer que el gran triunfo está en defender y proteger los intereses de nuestros clientes. Pero debemos ir más allá; debemos trabajar con lealtad de modo que nuestros clientes deseen volver a trabajar con nosotros. ¡Éste es el éxito! El medio: trabajar en pensar bien. Así, tratamos de discernir de qué idiosincrasia provienen las atinadas demandas de nuestros clientes para ceder siempre.
Nosotros, los actuarios, hemos de estar preparados tanto para los elogios como para las reprobaciones. Mirar y remirar, qué, de quién y a quién se habla dentro y fuera de las organizaciones empresariales porque se obtiene más con el silencio. Los medios según los cuales nos defendemos contra enfermedades y stress: vida ordenada, ejercicio físico y alimentos saludables; éstas son las medidas de conservación y protección.
Serán los colegios profesionales quienes revisen las listas de actuarios y expulsen de las mismas a los miembros considerados indignos por algún tipo de ignominia. Nuestra conducta profesional no únicamente está dentro de la legalidad sino, también, se debe a la fuerza de la tradición, a las buenas costumbres y al código ético profesional.
Las personas, además, muchas veces exigen mucho más por deshacerse de un objeto de lo que estarían dispuestas a pagar para adquirirlo. Nosotros, los actuarios, asimismo, resolveremos ese problema; nuestro próximo objetivo.
El actuario y economista Jaume Quibus es DEA de economía financiera y contabilidad, Licenciado en Ciencias Actuariales y Financieras , Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Barcelona y PDD en IESE-Universidad de Navarra. Miembro titular de las siguientes asociaciones: Instituto de Actuarios Españoles, Col·legi d´Actuaris de Catalunya, Col·legi d'economistes de Catalunya, International Actuarial Association, Associació Catalana de Comptabilidad i Direcció y también del Alumni de IESE. Socio fundador en 1998 de la sociedad profesional actuarial Quibus, miembro titular con el número 6 de sociedades en el Col.legi d'Actuaris de Catalunya.